El Omeyocan o paraíso del sol está presidido por Huitzilopochtli, Dios de la guerra, aquí llegaban los muertos en combate y las mujeres que morían en el parto pues se les consideraba muertas en guerra ya que habían librado una gran batalla, la de parir.
Era un lugar de gozo permanente en el que se festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes. Los muertos que iban al Omeyocan volvían al mundo después de cuatro años, convertidos en aves de hermosas plumas multicolores.
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Todo surge del Omeyocan, todo vuelve al Omeyocan